06 julio 2014

Amar el fútbol

Yo era muy chiquito y no me acuerdo. Pero mis viejos me contaron que cuando tenía 4 años y medio empecé a patear todos los muebles. Todos. Vaya uno a saber cuánto tiempo me bancaron golpeando madera que llegó un momento en que se hizo insostenible y me llevaron al club de barrio, el GerminalAsí fue que comencé a jugar con una categoría más grande, la '85, en babi-fútbol, o sea, la cancha chica de seis jugadores. La verdad que era bueno y durante los próximos 10 años jugué dos partidos de babi de 40 minutos cada fin de semana: uno con mi categoría, la '86, de medio, y otro con los mayores de delantero.


Ya desde chiquito era bastante boludo y me tapaba la cara en la foto. El casco me acompañó por muchos años.
Una vez un defensor me bardeó por el corte. Véase que no uso zapatillas, sino botines y me ahorco con el pantalón.

Cuando uno es chico, el simple hecho de correr rápido con la pelota al pie marca una diferencia. Y encima mi primer técnico me enseñó a pisarla. Los partidos son entretenidos y tienen muchos goles. Tal vez la flasheo, pero teniendo en cuenta que jugaba dos partidos por fin de semana y había alrededor de 40 fechas al año, creo que en mi-década-futboleada habré llegado a meter más de 500 goles: la mayoría de derecha, casi ninguno de zurda (sólo sirve para apoyar), algunos pocos de chilena, varios peinándola con la cabeza desde afuera del área y algunos más de taco. 

Habiendo pasado los 10 años y con el deseo de ser jugador de fútbol se hizo necesario pasar a cancha de 11. La cancha grande. Comencé jugando en un "country" - que no era country - de Valentín Alsina. Una especie de primer paso o escuelita, teniendo en cuenta el cambio de dimensiones. Todavía recuerdo esa primera charla con el nuevo entrenador.

Germán: ¿De qué te gusta jugar Damián?

DduP: A mí me gusta jugar al medio y meter goles.

Se ve que los puestos de ataque estaban ocupados porque efectivamente jugué al medio. Pero muy al medio. Tan al medio que fui 5. Y los que saben de fútbol, saben lo que significa ser 5. Los primeros años tuve un poco de juego, pero a la larga me volví un 5 de quite y toque. Para que se den cuenta mi última camiseta de babi - en aquellos tiempos jugaba dos partidos de babi los sábado y otro de 11 los domingos - tenía la 25 y decía "Almeyda". En referencia a mi ídolo. Sí, a pesar de que soy de Boca. La casualidad quiso que el primer partido de 11 fuera contra General Lamadrid, en la cancha de ellos, donde mi viejo jugaba cuando era chico. 

Fulbito en Villa Carlos Paz con el amigo Fafo y los chicos del camping. Me los banqué jugando durante toda la estadía y el último día no aguanté más: "Les hacemos partido". Jugamos Fafo, el chiquitín y yo contra los otros cuatro. Estuvo peleado, pero ganamos

Con dos o tres años de cancha de 11 el deseo de ser jugador pasó a ser un objetivo. Tenía varios compañeros de otras categorías de babi que jugaban en el club Lanús y con una "carrera exitosa" en cancha chica y cierta solidez en 11 todo indicaba que pasaría con facilidad la prueba. Sin embargo eso no sucedió. Y para mí fue una gran frustración. Volviendo en el auto con la cabeza gacha mamá me dijo: "Ayer a la noche recé y pedí que sea lo mejor para vos. Que si ser jugador de fútbol era lo mejor te fuera bien. Si no se dio es porque no tenía que ser y la vida te tiene preparada otra cosa". La memoria es misteriosa. Esta es una de las no muchas conversas que recuerdo con mamá y confiando en ella, creyendo que cada uno tiene un destino - o algo así - y, en contradicción a esto, intentando construir mi propio camino, espero y busco eso que me depara la vida. 

Desde ahí no volví a jugar como antes y mi "carrera futbolística" tomó la pendiente. Ya no me destaqué y fui uno más del equipo. Cuando no uno de menos. A los 18 años, en quinta, me dejaron libre de El Porvenir y mi viejo fue contundente: "Empezá a trabajar". Los dos primeros años como ex jugador fueron duros. Más de una vez soñé con que volvía a jugar y llegaba a primera. Mi imagen no era metiendo un gol, sino barriendo al enganche contrario contra el lateral y festejándolo con la tribuna. Bien populista! En esos primeros años tras colgar los botines volví al babi para jugar con amigos esporádicamente y ahí volví a destacarme. Ante el halago les explicaba que era lógico habiendo pasado casi 15 años con una pelota bajo la suela. 

Años después la pelota se volvió menos controlable. Y al no poder hacer cosas con la pelota que sí hacía un par de años antes la "número 5" se convirtió en una tristeza. Y al contarlo se me nota en la cara. Así también se acabó el fútbol esporádico: la pelota no se mancha. Aunque ahora que lo pienso recién hace dos años tuve una pequeña rutina de fútbol en la altura de Bolivia. Esa experiencia estuvo muy linda, pero ya es otra historia.

Charla técnica en Sorata (Bolivia) con el clásico rival: varones contra mujeres. Les re cabió. Las goleamos.

























Durante los últimos años y a finales de mi tercera década, repensando todo esto del fútbol descubrí que a lo largo de la vida uno es muchas cosas. Ser jugador de fútbol fue mi primera identidad. Al punto que no usaba zapatillas, sino botines. El olor a transpiración de las canilleras, de la Crema Spineda para los golpes y de la pomada para el cuero del botín me acompañaron durante casi 15 años. El trote alrededor de la cancha, el esquivar los conos, la adrenalina antes de salir a jugar, el grito de "gol", después del gol. Mientras en la adolescencia el resto escuchaba música, yo peloteaba contra un paredón.

Durante muchos años la pelota fue mi vida.

Claro que lo que cuento no es nada del otro mundo. Cualquiera que practicó básquet o hockey o volley de chico, y compitió, y soñó ser algo que al final no fue pasó por lo mismo. Uno dedica todos los primeros años de su vida a ese deporte. Y por eso no criticamos a los deportistas profesionales - salvo cuando no ponen huevo - porque sabemos el sacrificio de fondo, porque sabemos que nunca se quiere perder, porque sabemos que una cosa es decirlo y otra hacerlo, y porque sabemos que a diferencia de otras profesiones se tiene en frente a alguien que intenta hacer lo opuesto.

El que amó jugar el fútbol sabe que ver un partido no es lo mismo. Ni cerca. Sin embargo, a pesar de la tristeza, sigo encontrando un momento de disfrute que nunca a nadie había contado. En el medio de la rutina, cada tanto me pierdo en alguna plaza y me cruzo con un grupo de chicos jugando. El fútbol es omnipresente. Desde lejos los voy mirando y siempre la pelota se escapa. Ahí la redonda viene hacia mí o me pasa cerca, como hace 15 años atrás. El corazón se acelera. Meto trote. La paro. La piso una fracción de segundos. Pasan los años, pero la pelota bajo la suela siempre se siente igual. Toco y espero la devolución del pibe... 

"Gracias"

Fulbito en la Plaza de La Paz. Era un día de mierda. A la distancia mi viejo me dijo que jugara al fútbol que me hacía feliz. Volví de una entrevista y la plaza estaba vallada por una protesta. Dos chicos pateaban una pelota. Pedí jugar.

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