09 marzo 2016

Sobre el aumento de la luz

"Si me aumentan la luz tendré que trasladarlo a los precios"
Pollero amigo de Parque Patricios 


La discusión sobre el aumento de tarifas no es un tema nuevo. Lo explicaremos rápidamente: el subsidio a la electricidad significa que la luz cuesta más barato de lo que debería ser porque el Gobierno pone dinero propio. Cabe destacar que esta financiación estatal sólo aplica a la Ciudad de Buenos Aires y al Conurbano.

Usted lo habrá deducido rápidamente. Si el Gobierno recauda impuestos de todas las provincias y luego destina una parte de ellos a subsidiar a Capital Federal y alrededores, lo que termina pasando es que todo el país financiaba a los porteños y bonaerenses. Una verdadera injusticia. Más aún si recordamos que la Ciudad de Buenos Aires es la más rica. Lo verdaderamente progresista sería que el que pueda pagar, pague la tarifa completa. Y el que no, sea subsidiado. Sin importar lugar geográfico.

Si bien uno de los argumentos del Gobierno de Cristina Kirchner señalaba que esto daba competitividad a la industria -que tenía precios de luz más bajos que otros países del mundo- muchos pensamos que, en verdad, la única razón era electoral. O sea, cobrarle barato la luz a muchos millones de electores para que en época de elecciones, éstos lo recuerden y siguieran votando al Frente Para la Victoria.

Después de una década de subsidios injustificados hay consenso para quitarlos. Por tres razones: a. la injusticia ya mencionada, b. la crisis energética y el derroche de electricidad que permiten las tarifas bajas y c. el subsidio significó en 2015 erogaciones por 93.000 millones de pesos y las cuentas fiscales están en rojo.

Dicho esto señalaremos lo que para nosotros es lo más importante. Mientras los ciudadanos se preocupan por cuánto más pagarán en su factura de luz, el principal problema es la nueva ola de aumentos de precios que esta media podría generar. Es decir, como la quita ha sido de un solo saque, este aumento de costos de comerciantes y fabricantes podría transferirse a los precios de un solo saque. Diferente habría sido si la quita de subsidios hubiera sido escalonada. 

Antes de la explicación queremos ser claros: este ha sido un problema acumulado durante 12 años de kirchnerismo. Esta corrección tendría que haberse hecho hace mucho tiempo -el momento político justo habría sido la victoria de CFK con el 54% en 2011- y de modo escalonado. Lo que cuestionamos ahora es la solución de golpe y porrazo en un contexto de inflación que fue recalentada por las medidas tomada por la gestión de Mauricio Macri: 60% de devaluación, quita de retenciones y desregulación de los controles de precios.


Hay un modo bastante simple de comprobar la veracidad o la falsedad de esta especulación. Fíjese el precio de un producto y estudie si aumentó en el próximo mes. Yo elegí el Nicolo Helados de San Juan al 3100 que está muy visible. Habrá que esperar.

Veamos el caso de una granja de Parque Patricios. El pollero amigo tiene 12 motores funcionando -10 heladeras y dos cortadoras de fiambre- y paga 1.600 pesos de luz cada dos meses. "Y yo no desenchufo las heladeras de noche como hacen otros", aclara tras la pregunta. La pollería vende cada pechuga alrededor de $30. Esto significa que debe vender 54 pechugas para cubrir la factura. 

¿Qué sucedería si la luz le aumentara un 100% como arriesgan algunos? La factura aumentaría a $3.200. ¿A qué valor debería vender esas 54 pechugas para cubrir ese nuevo monto? Por supuesto que es sólo una especulación. No hay que pasar todo el costo de la luz a los precios: la granja vende más cantidad de pechugas y podría repartir ese aumento, por otro lado, también podría decidir ganar menos. Sin embargo, pensemos que situaciones así se repetirán en muchos comerciantes.

Mire todas las preguntas que nos podemos hacer: ¿en dónde está el helado hasta ser vendido? ¿Con qué energía produce la industria? ¿Cómo iluminan los supermercados las góndolas? ¿Cómo se mantiene fría la carne? ¿Cómo iluminan las escuelas y universidades las aulas donde estudian sus hijos? ¿Cómo iluminan los municipios las calles? Todo eso no es gratis y tiene un costo

Al igual que su factura, las tarifas de la industria y los comercios también van aumentar. ¿Qué harán? La duda es si absorberán ese aumento de costo o si lo transferirán al precio de los productos. O sea, ¿fabricantes y comerciantes ganarán menos o nosotros nos comeremos nuevos aumentos de precios?

En resumen, habrá una nueva ola de aumentos de precios provocados por la quita de golpe y porrazo de los subsidios de la luz. Como una panadería amiga que tras haber subido de 4 a 5 pesos las facturas -hacen unos churros bañados en chocolate increíbles- por la última devaluación, aumentó nuevamente 50 centavos. "Por los aumentos de luz. Está aumentando todo", me explicó el panadero que en el ballottage me había preguntado a quién iba a votar y ante mi falsa duda -siempre me gusta saber qué piensa la gente- agregó: "Cambiemos, amigo". Peor aún, el cuarto de pan -junto a la leche, el alimento de la canasta básica por excelencia- aumentó a 8 pesos cuando, tras la victoria de Macri, había subido de 6 a 7. "Pobreza Cero".

Dicho todo esto y teniendo en cuenta la inflación producida por la devaluación del 60 por ciento: ¿de cuánto deberían ser los aumentos de sueldo para mantener el mismo nivel de consumo que el año pasado?

06 marzo 2016

Bernie Sanders: ¿conoce a #FeelTheBern?

Un axioma político reza que cuando uno es joven tiene ideales de izquierda y, con el tiempo, se va volviendo de derecha. Es decir, las ansias de justicia social y transformación características de la juventud comienzan a apagarse y van dejando su lugar a ideas conservadoras y al bienestar personal. En pocas palabras: se pasa de la revolución al statu quo; deja de importar el nosotros y gana peso el yo.

Pero muchas veces las premisas se rompen. Si en los últimos años brilló la figura de Pepe Mujica, hoy hay un nuevo discurso en el firmamento: el candidato demócrata a presidente de Estados Unidos Bernie Sanders. Con 74 años, #FeelTheBern es el último de los contrincantes de la favorita Hillary Clinton que sigue en pie. Y está siendo un hueso duro de roer: no para de sumar apoyos e, inesperadamente, ganó en varios estados.


Bernie Sanders es un viejito que se define como un "socialista democrático" y llama a hacer una "revolución política". Esto no sería tan significativo en América Latina, pero sí lo es en Estados Unidos: el país que luchó contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas durante cuatro décadas por la hegemonía mundial y ha tildado de "comunista" a Barack Obama por llevar a cabo una reforma que mejorara la salud.

Si Estados Unidos es una de las mecas mundiales del individualismo, el Senador por Vermont llama a la solidaridad social y a llevar a cabo una reforma institucional que garantice la educación pública gratuita a todos los niños y jóvenes. Demás está aclarar que en Estados Unidos la educación cuesta caro. También pide ampliar la reforma en salud de Obama: "Los Estados Unidos deben unirse al resto del mundo industrializado y garantizar el cuidado médico para todos como un derecho". Piense lo siguiente: a muchos estadounidenses les sale más económico viajar en avión a otro país y realizarse un chequeo general que hacerlo en EEUU.

El senador Sanders ha señalado su rival político: la poderosa banca de Wall Street. Es surrealista ver a este abuelo paradito y apuntar con el dedo: "Esta campaña va a enviar un mensaje a la clase multimillonaria: no pueden quedarse con todo". Siguiendo las ideas del economista Thomas Piketty, propone revertir la tendencia neoliberal estadounidense y redistribuir la riqueza: "El tema de la desigualdad de ingresos y recursos es el gran tema moral de nuestra época. Esto tiene que cambiar y, como su presidente, vamos a cambiarlo juntos".

Más allá de estas propuestas, uno de sus puntos fuertes es el cuidado del medio ambiente: "El cambio climático es real, es causado por la actividad humana y tenemos una pequeña ventana de oportunidad para transformar nuestro sistema energético, disminuir las emisiones de carbono y movernos en una dirección muy diferente". La consigna sería más simple si del otro lado no estuvieran las poderosas corporaciones petroleras. En el último debate, consultados por el fracking, el senador Sanders fue mucho más contundente que su rival: "Mi respuesta será mucho más corta. No, no apoyo el fracking".

"Yo creo que uno tiene derechos a la justicia y a la igualdad de derechos si eres negro, si eres hispano, si eres gay, si eres transgénero. Usted es un ser humano", señala Bernie en un país infectado por el racismo y la intolerancia. Ha interpelado a la clase trabajadora una y otra vez proponiendo aumentar el salario mínimo a 15 dólares por hora. No en vano, los jóvenes son su principal bastión y las redes sociales estallan. Si Hillary suma el apoyo de las mujeres, Sanders repite que mujeres y hombres deben ganar el mismo salario.

A diferencia de su rival, Bernie votó en contra de la Guerra de Irak. Sin embargo, su diferencia más grande es el financiamiento de la campaña: "Yo no recibo dinero de los grandes bancos. En un año, usted ha recibido más de 600.000 dólares de Goldman Sachs por dar discursos". La suma supera los 25 millones de dólares y la lista de donantes de Clintos es amplia: Citigroup, JP Morgan, HSBC, Coca Cola, Monsanto, Procter and Gamble, Exxon Mobile, Microsoft y Hewleet Packard. En cambio, el senador financia su campaña a través de miles de donaciones individuales cuyo promedio no supera los 50 dólares. Es David contra Goliat.

Hasta el momento, las elecciones primarias están dando como ganadora a Hillary Clinton. Y probablemente sea la candidata del Partido Demócrata. Y ojalá le gane al candidato del Partido Republicano. Sin embargo, Sanders ha puesto en debate la gravedad de la concentración del ingreso que subyuga al pueblo de EEUU. Su discurso ha interpelado a los estadounidenses y les ha mostrado un nuevo espejo en el cual reflejarse. 

Difícilmente no florezcan nuevos líderes que tomen el legado de este viejito.

Líderes así son los que realmente cambian al mundo.

Y debemos apoyarlos.



05 marzo 2016

El Donald Trump argentino

El Donald Trump argentino tiene el "negros de mierda" en la punta de la lengua.
Cree que los pobres son chorros.
No entiende lo que son las condiciones estructurales,
quien no tiene es porque no quiere, porque es vago.


Si el magnate Trump trata a los mexicanos de narcotraficantes y criminales,
el Donald Trump argentino es anti-boliviano, anti-paraguayo y anti-peruano.
Cree que los inmigrantes son ilegales y delincuentes,
deberían volverse a su país y dejar de sacarle el trabajo a los argentinos.

El Donald Trump argentino está en contra de los sudacas de segunda categoría.
Sin embargo, compra alimentos más baratos en sus verdulerías,
los contrata para las refacciones de su casa
y viste a sus hijos con la ropa confeccionada por su mano de obra esclava.

El candidato republicano es el líder preferido de los ignorantes
y los ignorantes argentinos bien lo votarían.
Los Donald Trump argentinos protestan porque los inmigrantes van a sus escuelas públicas,
preferirían que se desangren antes de usar sus hospitales públicos.

El xénofobo Donald Trump construiría un muro entre Estados Unidos y México.
Los Donald Trump argentinos, en cambio, odian las villas.
Vilipendian sus antenas de Direct TV, pero no ven su falta de cloacas;
una solución sería el fuego o una bomba que acabara con esas vidas menos valiosas.

El multimillonario Trump afirma que ese muro deberían pagarlo los mexicanos.
En cambio, el Donald Trump argentino se contenta con que los inmigrantes no ingresen.
Repite "república" sin recordar ese rezo laico de nuestra Constitución:
"Y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino".

Donald Trump es un demagogo totalmente chiflado que no sabe lo peligroso de su discurso.
En cambio, el Donald Trump argentino es xenófobo y racista,
lo ayuda su ignorancia, lo afecta su hipocresía:
olvida amar a su prójimo como a sí mismo.