04 noviembre 2014

No sea plagero

“Vos sos un botón,
nunca vi un policía tan amargo como vos”
Flor de Piedra

Cuando comencé a ser profesor, nadie me explicó qué hacer con el plagio ni cómo evitarlo. La primera vez que encontré uno, simplemente me sorprendió que alguien pudiera haber derrochado tiempo haciendo algo mal. Bien de mediocre. A los cinco segundos, cuando pensé que había perdido tiempo, me calenté. Y me calenté mal. Tanto que sentí mucha gratificación en ponerle un 1 (uno) y mandarlo a recursar. “Vos me tomás por boludo y yo me pongo en forro”, pensé birome roja en mano. A partir de allí, encontrar plagio fue orgásmico.

"Vos me tomás por boludo, yo me pongo en forro", pensé birome roja en mano. Foto: Diego Andrés Barrera

El plagio es el opio de las monografías y los trabajos prácticos; el mal académico del siglo XXI con la proliferación de TODO en internet. Existen estudiantes que en lugar de ponerse a laburar prefieren lo fácil. No se dan cuenta de que se joden a ellos mismos. Que todos estos trabajos que les enviamos son elementos que buscan anticipar una futura práctica profesional. Y si no es así, por lo menos se sume a su lista de esfuerzos -sangre, sudor y lágrimas- de los cuales se llenarán de orgullo en el futuro. Pero no. Van por la fácil.

En La política como profesión (1919), Max Weber definió al Estado como "una comunidad humana que reclama (con éxito) el monopolio legítimo de la fuerza física en un territorio determinado". En sintonía con esta superestructura del capitalismo, en el aula también reclamo el uso de la violencia simbólica: “Ustedes pueden copiarse en los parciales y los trabajos prácticos, pero si los descubro, recursan”. Yo siempre fui muy boludo para copiarme, pero otros lo llevan a cabo como un arte. Por eso lo planteo como “un juego”. No sé si el gato y el ratón, pero ponele. Desde ahí que celebro cada machete encontrado. En el momento es algo incomodísimo que el estudiante no se imagina. Pero después lo festejo como el gol de Palermo contra Perú.

Sin embargo, la culpa cristiana de la escuela me persigue y me pregunto cuán correcto es mandar a recursar a alguien por un error. Todos cometemos errores. ¿No es mucho? Y ahí me veo hace años, en el aula de la universidad, recordando cómo me mataba estudiando, mientras una compañera se copiaba a dos manos en todos los parciales. Era injusto. Por si me quedaba algo de ruido, mi hermano me ayudó un poquito más: “Copiarse es como ir a la guerra. Vos sabés a lo que te exponés. Si te copiás y te agarran, bancátela”.

Y es entonces que pienso que el plagio y el machete son prácticas que deben ser erradicadas del aula, que premian a los vagos y desincentivan a los que se esfuerzan. Y por si fuera poco, además le hace mal a la ciencia. Y amamos a la ciencia.

Me vuelvo gramsciano y pienso que la lucha contra los diversos modos de hacer “trampa” debe avanzar como una “guerra de trincheras”. Que si en los primeros años de la universidad avanzamos duro con esto es posible que los graduados sean personas que ni se les cruce por la cabeza hacer algo incorrecto. Quienes agarramos a los educandos ni bien salidos de la secundaria -cuando creen que el mundo de la vida pasa por wikipedia-, debemos hacerles incorporar la disciplina del “no hay que copiarse” como el panóptico de Foucault. Y ahí llego al teórico francés tan de moda y pienso: “Bajá un cambio, pibe”.

Sin embargo al ratito vuelve la ofensiva. El plagio es un delito. Recuerdo el caso del ex ministro de Defensa alemán que tuvo que renunciar en medio de la ignominia de haber hecho plagio en su tesis doctoral. Dos años después pasaría lo mismo con la ministra de Educación. Me acuerdo de Jorge Bucay que, tras volverse un psicólogo prestigioso por sus libros de auto-ayuda, se le descubrió no sé cuántas páginas copiadas.

Recuerdo que recuerdo y pienso que pienso, que no quiero que mis educandos puedan pasar en algún momento por lo mismo. Quiero que sepan que está mal copiarse. Que es antiético. Quiero que valoren el esfuerzo. Que es mejor equivocarse y aprender, que robar una producción ajena. Pienso. Es mejor hacerlos recursar ahora a que mañana se coman la vergüenza popular o un flor de quilombo por plagio. Y partiendo de esa premisa, estoy convencido de que ser un vigilante y bochar, es mejor que ser un copado y dejar pasar.

Es más laburo. Más tiempo de corrección. Pero así aportamos un granito de arena al futuro.


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