15 marzo 2012

65 libros

Una de las razones por las que viajé al Estado Plurinacional de Bolivia, más allá de realizar las entrevistas, fue la de conseguir bibliografía para la tesis. Gracias a las clases con Hervé do Alto ya contaba con una serie de libros que él mismo me había señalado y otros que habían surgido de la bibliografía dada por él.

Muchos me los regalaron después de hacer las entrevistas. El resto los compré en las ferias de libros.

En la primera etapa del viaje, me di cuenta de que los escritos políticos y sociológicos abundan en el país hermano. Incluso, es muy alta la producción del mismo Estado (seguramente por la influencia del Vicepresidente e intelectual, Álvaro García Linera) y de las ONGs. Rápidamente me vi con muchos libros y publicaciones obsequiados por mis entrevistados.

Para el final del viaje quedaban las compras a realizar. Zavaleta Mercado, Fausto Reinaga y Tristán Marof fueron mis prioridades, al igual que el clásico “Sociología de los movimientos sociales en Bolivia” de AGL.

Cercana la fecha de regreso, descubrí que trasladar los libros sería un problema. ¿Cómo se hace para meter 65 libros en la valija? La encomienda estaba prohibida, a menos que fuera por avión, lo cual, por supuesto, resultaba extraordinariamente caro. Por otra parte, no sabía si también me cobrarían derechos de importación, lo cual podía ser mucho, siendo tantos libros.

Otro problema era tener que guardarlos estratégicamente en mis bultos. En un dejo de voluntad, forré todo el fondo de la valija con libros, pero aún así, me quedaba un tercio de ellos fuera. What the fuck! Cuando ya pensaba que sería imposible emprender la vuelta con tanta cantidad, una amiga viajera, con una paciencia envidiable, me dio una gran mano en guardar los libros minuciosamente en la mochila, junto a la notebook.

Costó el viaje. El peso de la mochila casi me rompe la espalda. Más aún que fui de La Paz a Cochabamba; de ahí tomé otra "flota" hacia Santa Cruz (eso me demoró todo un día); donde finalmente pasé un día más.

Una vez en la terminal de Santa Cruz, mi maleta arrojó 24 kilos: 4 más de lo permitido. De todos modos, la chica de Aerolíneas Argentina fue muy simpática y me dejó despachar el equipaje. Pregunté si mi gran bolsa boliviana podía ir conmigo como equipaje de mano, además de la mochila, y ahí sí me dijo que “No”. Sin embargo me dejó sumarla a la maleta… pero pesaba mucho. Dije que adentro estaban unos papeles y me dejó sacarlos. Finalmente pasaron. Me fui a hacer el check in con la mochila que me rompía la espalda y el bolsito cruzado. Una vez en Ezeiza, le mostré mi mochila a mi compañero de avión boliviano. “¿Te dejaron viajar con este peso?”, me preguntó.

La última barrera era el scanner de la aduana del Aeropuerto de Ezeiza. Ver más de 60 libros en una maleta sería, por lo menos, sospechoso. Yo habría pensado que los estaba contrabandeando. Tenía una buena excusa bien pensada: la mayoría de ellos habían sido regalados.

La aduana argentina resultó ser un colador.

Todo es posible ;)

Bibliografía:

1. Honorable Senado Nacional, Glosario de términos municipales.
2. Movimiento Autonomista Nación Camba, Documentos N° 1.
3. Programa Nina, Constitución Política del Estado.
4. Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, Constitución Política del Estado Plurinacional.
5. Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, Debate sobre el cambio (Dos ejemplares).
6. Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, Pensado el mundo desde Bolivia. I ciclo de seminarios internacionales.
7. Viceministerio de descolonización, Ha llegado la hora de descolonizar el Estado desde el mismo Estado… Memoria política del Viceministerio de Descolonización 2010-2011.
8. ALMARAZ PAZ, Sergio, Obra Completa.
9. ALSOGARAY, Álvaro, Bases liberales para un programa de gobierno (1989-1995) (Perdido, en un puestito de usados y truchos, encontré el libro de cabecera de nuestro liberal Vicepresidente, Amado Boudou)
10. ANTELO GUTIÉRREZ, Sergio, Los cruceños y su derecho de libre determinación.
11. ARGUEDAS, Alcides, Pueblo enfermo.
12. ARGUEDAS, Alcides, Raza de bronce.
13. ARZE CUADROS, Eduardo, Bolivia. El programa del MNR y la Revolución Nacional.
14. ARZE VARGAS, Carlos, et. al., Gasolinazo: subvención popular al Estado y a las petroleras. Análisis de la política económica, fiscal y petrolera.
15. BONIFAZ MORENO, Gustavo, LÜNSTEDT TAPIA, Christian, ¿Bolivia en el desorden global? Impactos de la globalización en la transición estatal.
16. CASTRO, Fidel, La deuda impagable de América Latina y sus consecuencias imprevisibles.
17. CORTEZ HURTADO, Roger (Coord.), Claves de la transición del poder.
18. DE SOUSA SANTOS, Boaventura, Pensar el Estado y la sociedad: desafíos actuales (Conferencias)
19. ESPINOZA SORIANO, Waldemar, Los modos de producción en el imperio de los Incas.
20. GARCÍA LINERA, Álvaro, PRADA, Raúl, TAPIA, Luis, y VEGA CAMACHO, Oscar, El Estado. Campo de lucha.
21. GARCÍA LINERA, Álvaro, Del Estado aparente al Estado integral.
22. GARCÍA LINERA, Álvaro, El Estado plurinacional.
23. GARCÍA LINERA, Álvaro, El socialismo comunitario.
24. GARCÍA LINERA, Álvaro, El “Oenegismo”, enfermedad infantil del derechismo.
25. GARCÍA LINERA, Álvaro, Las empresas del Estado. Patrimonio colectivo del pueblo boliviano.
26. GARCÍA LINERA, Álvaro, Las tensiones creativas de la revolución. La quinta fase del Proceso de Cambio.
27. GARCÍA LINERA, Álvaro, Sociología de los movimientos sociales en Bolivia.
28. HUANACUNI MAMANI, Fernando, Vivir bien / Buen vivir. Filosofía, políticas, estrategias y experiencias regionales.
29. HYLTON, Forrest, PATZI, Felix, SERULNIKOV, Sergio, THOMSON, Sinclair, Ya es otro tiempo el presente. Cuatro momentos de la insurgencia indígena.
30. KLEIN, Herbert, Historia de Bolivia.
31. KOMADINA, Jorge, GEFFROY, Céline, El poder del movimiento político. Estrategia, trampas organizativas e identidades del MAS en Cochabamba (1999-2005).
32. LASERNA, Roberto, El fracaso del prohibicionismo. Estudios socioeconómicos para una historia de las políticas antidrogas en Bolivia.
33. MAROF, Tristan, Radiografía de Bolivia. Edición Póstuma.
34. MAYORGA, Fernando, Dilemas. Ensayos sobre la democracia intercultural y Estado Plurinacional.
35. MAYORGA, Fernando, Grita la hinchada. (Regalo personal de futbolero a futbolero)
36. MOLINA, Fernando, et. al., El Estado en la economía. ¿Cómo salir del ciclo privatización-nacionalización-privatización?
37. MOLINA, Fernando, El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales.
38. MOLINA, Fernando, OPORTO, Henry, Capitalismo en Bolivia. Los dilemas del desarrollo.
39. MOLINA, Fernando, OPORTO, Henry, La democracia bajo fuego.
40. ORELLANA AILLÓN, Lorgio, El Gobierno del MAS no es nacionalista ni revolucionario. Un análisis del Plan Nacional de Desarrollo.
41. ORELLANA AILLÓN, Nacionalismo, populismo y régimen de acumulación en Bolivia. Hacia una caracterización del gobierno de Evo Morales.
42. ORGÁZ GARCÍA, Mirko, La nacionalización del gas.
43. ORMACHEA SAAVEDRA, Enrique, ¿Revolución agraria o consolidación de la vía terrateniente? El Gobierno del MAS y la política de tierras.
44. PEÑA CLAROS, Claudia, ¿Vos confiás? Capital social, identidad y desarrollo en Santa Cruz.
45. PONCE SANGINÉS, Carlos, Panorama de la Arqueología Boliviana (Regalo para mi amigo Ariel Ponce)
46. POVEDA ÁVILA, Pedro, RODRÍGUEZ, Álvaro, El gas de los monopolios. Análisis de la política de hidrocarburos en Bolivia.
47. REINAGA, Fausto, La revolución india.
48. REINAGA, Fausto, Tesis india.
49. RIVERA CUSINCANQUI, Silvia, Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado aymara y qhechwa 1900-1980.
50. RIVERO, María del Carmen, El poder de las luchas sociales. 2003: quiebre del discurso neoliberal.
51. ROMERO, Carlos, Et. Al., Del conflicto al diálogo. Memorias del acuerdo constitucional.
52. SPEEDING, Alison, De cuando en cuando Saturnina (Libro pedido por Pablo Stefanoni).
53. TABLADA, Carlos, El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara.
54. TAMAYO, Franz, Creación de la pedagogía nacional.
55. VVAA, Hacia un sistema político subnacional. ¿Son posibles los partidos regionales?
56. VVAA, La mascarada del poder. Manifiesto junio 22.
57. VVAA, Mestizaje e interculturalismo. Diálogos con William Ospina.
58. ZUAZO, Moira, QUIROGA SAN MARTÍN, Cecilia, Lo que unos NO quieren recordar es lo que otros no pueden OLVIDAR. Asamblea Constituyente, descolonización e interculturalidad.
59. ZAVALETA MERCADO, René, 50 años de historia.
60. ZAVALETA MERCADO, René, Bolivia. El desarrollo de la conciencia Nacional.
61. ZAVALETA MERCADO, René, Clases sociales y conocimiento.
62. ZAVALETA MERCADO, René, El Estado en América Latina.
63. ZAVALETA MERCADO, René, El poder dual.
64. ZAVALETA MERCADO, René, Las masas en noviembre.
65. ZAVALETA MERCADO, René, Lo nacional-popular en Bolivia.

15 febrero 2012

Cumpleaños feliz!

Desde que pasé solo Año Nuevo, cenando con una sopa de arroz del Plan Social de Bolivia, me mentalicé que mi cumpleaños sería igual de triste. No esperaba festejo ni “feliz cumpleaños”: mi único placer cumpleañero sería leer los cariños por Facebook y el mail, y llamarlos a mi viejo y Antonella para que me saludaran.


Mis planes cambiaron un poco. En mi breve estadía en Cochabamba, Fernando Mayorga (intelectual y académico) me hizo un contacto con otra argentina que también estaba en Bolivia investigando para su tesis: Florencia Puente, becaria del Conicet que estudia a los indígenas de tierras bajas.

El lunes 13 la llamé tal cual lo acordado y nos juntamos a almorzar. Florencia resultó ser una chica muy copada, con una buena experiencia en el campo boliviano. Charlamos sobre la actualidad y noté que se movía con comodidad entre la intelectualidad boliviana. Al contarle la cercanía de mi cumpleaños, me dijo que no podía pasarla solo y me invitó a cenar con su amigo de cuarto.

De vuelta a casa, pasé a hacer mis compras de verduras por la feria de anaqueles y me crucé con Carlos, uno de mis vecinos. Le dije que iba a hacer fideos y se auto-invitó en broma. Como hacía rato lo quería entrevistar sobre su vivencia en la “Guerra del Gas”, tomé su auto-invitación y le dije que lo esperaba a las 22.00. Media hora después de lo acordado, lo pasé a buscar por su cuarto porque no llegaba. Carlos estaba comiendo con su familia y me dijo que subiría en breves. “Que cagada”, pensé. Había cocinado para dos.

Carlos subió cinco minutos más tarde y aceptó un plato de fideos con mi salsa casera. Comenzamos a charlar de la vida. Me contó de su amor de la adolescencia y cómo había sufrido su infidelidad con su mejor amigo, mientras él estaba en el cuartel haciendo el servicio militar. Más tarde, había ido a buscarla al Brasil en un viaje de tres años sin poder encontrarla. Esa experiencia lo hacía entender mi soledad en tierra aymara.

Carlos hablaba gustoso y no comía los fideos. Terminado mi plato, le dije que comiera así no se enfriaban y comenzábamos la entrevista. “Estoy disfrutando tus fideos, Damián. Y quiero comerlos despacio”, me contestó para mi alegría y recordó una comida peruana que no olvidaba. Comenzamos la entrevista.

Carlos me advirtió que seguramente derramaría lágrimas sobre los acontecimientos de 2003. Recordó los ataques de militares, los gases ingresando a la casa, su familia ahogándose con el gas, cuando se interpuso ante los soldados y su familia pensando que lo iban a matar, la muerte de un amigo en sus brazos, la recorrida por El Alto buscando víveres escasos, cruzarse con más de 10 velorios en la calle, la marcha hacia La Paz al frente de la columna, el ataque de los policías en el centro, una bala que rozó su tobillo, sentir que se moría producto de los gases y la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada. 

Carlos no lloró, pero sus ojos permanecieron brillosos, mientras comía lentamente sus fideos.

Siempre que había leído los acontecimientos, lo había interpretado como una victoria del campo popular, pero nunca había pensado el sufrimiento de los hechos vividos. Terminamos pasada la medianoche. Carlos agradeció la entrevista y respondí el agradecimiento. Me dijo que era la primera vez que no lloraba. Nos abrazamos. Sabiendo que mi cumpleaños era dos días después, me propuso hacer algo.


*  *  *

Anto fue la primera en mandarme un mensaje ni bien pasadas las 00.00 de mi cumpleaños. Esperé más mensajes mientras tomaba mi sopa, pero no llegaron. “Pensarán que no me llegan los mensajes”, me alenté. Me dormí como un día común.

Amanecí en mi cumpleaños de buen humor. Desayuné un café y el último pan cochabambino con mayonesa, y partí rumbo a mi entrevista con Fernando Molina, un periodista, escritor e intelectual liberal. Salí de casa y pasé por lo de Carlos para saber si seguía en pie la invitación: desde dentro de casa respondió que “sí” sin decir el “Feliz cumpleaños” que esperaba. Antes de tomar el bus, pasé por lo de mi kiokero-amigo y le mostré mi cédula: no entendió el mensaje y le tuve que decir que mirara mi fecha de nacimiento. También le tuve que preguntar qué día era hoy. “Felicidades”, respondió sin mucha emoción. De todos modos, me fui contento con mi primer saludo hablado. 

Me bajé en el centro de La Paz y decidí caminar las 15 cuadras hasta la entrevista. Teniendo cinco minutos de ventaja, lo llamé a papá quien como siempre no me reconoció la voz. “Feliz cumpleaños”, le dije y comprendió que hablaba su hijo. Hablamos breve, le pedí un favor con la tarjeta de débito que estaba bloqueada y nos despedimos con su preocupación de que la pasara con alguien: no quería que se repitiera mi Año Nuevo solitario.

Llegué a la entrevista cinco minutos tarde. La secretaria me explicó que había fallecido el suegro de Fernando y no podría venir. Mala leche. Le pedí me obsequiara algunas de las publicaciones y recibí cinco ejemplares. “Los tomo como regalo de cumpleaños”, dije a propósito y recibí mis segundas felicitaciones. Salido de la Fundación, llamé a Jorge Viaña, otro intelectual que el día anterior me había dejado plantado. “Llegué tarde”, se sinceró sin excusas y convenimos en encontrarnos una hora y media más tarde. Teniendo tiempo, la llamé a Florencia para comentarle que no iba a poder juntarme a la noche y si quería almorzar. “Feliz cumpleaños”, respondió automáticamente y me invitó a que pasara por su casa que quedaba a 15 cuadras. Cambiados mis planes, llegué a un departamento precioso y tomamos unos mates. Le comenté que me iba a encontrar con Jorge y, dado que ella me había pasado el contacto y lo conocía, se sumó al encuentro.

A partir de las 11.00 comenzaron a llegar los mensajes.

Jorge sugirió un muy buen restaurant. Comimos Fritanga y otro plato que no recuerdo, pero incluía charque (carne seca) y ranga (mondongo) que estaban muy buenos. El almuerzo fue genial: nos reímos mucho, intentamos convencer a Florencia de ir al Carnaval de Oruro y, en un lindo gesto, invitaron el almuerzo. Salimos y comenzamos a hablar de la política actual, mientras íbamos a tomar un helado. Florencia se excusó porque debía ir a la biblioteca y el domingo es su último día en La Paz. Jorge y yo fuimos por un helado para realizar la entrevista. La charla fue muy interesante desde el camino y le pregunté si le molestaba que lo entrevistara mientras caminábamos.

La entrevista fue muy buena: una posición crítica, aunque no radical.

Nos despedimos a las 16.00 tras comer un cuarto de helado de mora, mango, chocolate y frutilla. Me recordó que a las 19.00 se encontraba en el Café Alexander con otros intelectuales para charlar. Sabiendo que debía encontrarme con Carlos dije que no aseguraba nada, si bien moría de ganas de vivir esa experiencia. Antes de irme, agradecí: “Hiciste que mi día de cumpleaños esté marchando genial”.

Me fui a regalarme un libro a la librería Plural que quedaba a un par de cuadras. La tarjeta de débito funcionó. “Lo nacional popular” de Zavaleta Mercado ya forma parte de mi biblioteca de más de 30 libros bolivianos (la mayoría regalado por Fundaciones), los cuales no sé cómo haré para llevar en el avión.  A fines de matar el tiempo hasta las 19.00 me conecté para leer los mensajes de Facebook.

Llegué a Alexander justo al mismo tiempo que Jorge. Al lado suyo estaba Oscar Vega, un intelectual groso, que había formado parte del ya roto y prestigioso Grupo Comuna junto a Álvaro García Linera, Raúl Prada (quien ya me dejó varias veces pagando, incluido este día) y Luis Tapia. Me presenté como “novato” y, con mucha humildad, Oscar se interesó por mi tema de estudio. Con cortesía, me propuso que cuando quiera podía entrevistarlo. Me despedí de él y de Jorge, agradeciéndole nuevamente por las lindas cuatro horas que habíamos compartido. Jorge me recordó su invitación a pasar un día en su casa.

Caminé las 20 cuadras que me separaban de la parada de colectivo: las cuadritas que van desde la Plaza Avaroa a la Iglesia de San Francisco son preciosas y me hacen sentir vivo. Tomé la Z (el colectivo verde manzana que me lleva a El Alto) esperando no llegar muy tarde para encontrarme con Carlos. Ni bien avanzadas cinco cuadras (lo cual demoró como 10 minutos: el tránsito acá es un caos) una punzada en el estómago me mató. Acostumbrado, especulé con aguantar, pero el dolor insistió. Pensé que sería mejor bajar en el centro y no en la oscuridad de El Alto (también confieso que lo dejé a la solución de par “sí”, impar “no”, según la hora del celular). “Me bajo”, dije, como se suele decir ante la inexistencia de timbre y bajé justo frente a una pastelería que me cedió su baño. Lo tomé como una señal.

Tomé una nueva Z en medio de una lucha con otras 15 personas por poder subir al bus (nunca hay cola dado que el colectivo para en cualquier lado) y llegué justo a las 21.00 a casa. Llamé a la puerta de Carlos y no estaba. Dejé dicho a su hija que cuando llegara subiera. Aguardé. Me tomé los restos de la sopa de ayer. Comencé a redactar este post pensando que mi día de cumpleaños así terminaría. Hice un stop de una hora en la parte de Oscar Vega para cocinar mis lentejas a la española y aquí estoy.

Siento que pasé un día genial y súper acompañado. Sin embargo, pensándolo bien sólo tuve compañía durante cuatro de las 24 horas que duró mi cumpleaños (como duran todos los cumpleaños). De todos modos, me había blindado para pasarla solo y esas cuatro horas fueron mucho para un gringo solitario.

Una amiga que quiero mucho me dijo hoy por mail que en mis relatos ve que estoy apuntando al carpe diem. Creo que como tantas otras veces tiene razón. Los pocos años que tengo y las pérdidas, me enseñaron lo importante de disfrutar la vida, de sonreír, de respirar, de vivir, de disfrutar hasta las lágrimas y la tristeza.

Bolivia me está enseñando mucho más.

Siendo las 00.19 horas del día después de mi cumpleaños, me dispongo a comer un platito de mis lentejas.

23 enero 2012

Mi gran casamiento aymara

Nota del Redactor: los aymaras o kollas son la segunda comunidad indígena en importancia en el Estado Plurinacional de Bolivia detrás de los quechuas. Descienden de los tiwanakotas (Tiwanaku es una comunidad pre-incaica ubicada al oeste de lo que actualmente es La Paz) y fueron conquistados por los incas, los quechuas, antes de la llegada de los españoles. Son una comunidad dura, guerrera, que ha sufrido mucho la colonización. Evo Morales es aymara.



“Mañana se casa mi hermana. Estás invitado, Damián”. Ni bien Ovidio me dijo esto el sábado, imaginé que iba a vivir una experiencia única. Y así fue.

El domingo me levanté pensando en el casamiento. No sabía si era al mediodía o a la noche, por lo cual estuve atento a cualquier señal de Ovidio. Pasado el mediodía y ya almorzado, escuché el motor del auto y bajé rápidamente temiendo que se hubieran olvidado de mí. Efectivamente, Ovidio salía con Rosa y sus cuatro hijas, pero al casamiento en la iglesia. Luego sería el festejo. Acordamos que más tarde pasarían por mí. Mientras tanto, podía utilizar la ducha de Ovidio. A dos semanas de mi última ducha caliente y a una de mi última ducha fría, ese baño significó la gloria.

A las 15.30 estaba listo como habíamos acordado. Ovidio se demoró un poco más y tras llegar me dijo que saldríamos cerca de las 17.00. Maté el tiempo leyendo “Los usos de Gramsci” del gran Juan Carlos Portantiero (me costó $AR 100, usado, por Mercado Libre, pero cada página del libro lo vale) y llegó el momento de partir. En el trayecto al lugar, Ovidio me comentó que su hermana era adventista, lo cual significaba cierta complicación por la presencia del alcohol: habían hecho un acuerdo entre las familias por lo cual hasta cierta hora no habría cerveza.

Llegamos cuando los novios ya habían entrado: el auto chajado (bendecido) con flores y cositas para hacer ruido atadas en el caño de escape nos demostraban eso. En el salón debía haber cerca de unas 300 personas y, por supuesto, me sentí bien gringo al entrar. Vergonzoso, me quedé cerca de Ovidio y Rosa temiendo que alguien me increpara de no pertenecer a la fiesta. Los novios saludaban mesa por mesa, cubiertos del papel picado que cada uno de los invitados ponía en sus cabezas (los niños eran los más entusiastas). Tras unos cuantos minutos de espera, Ovidio interceptó a su hermana y cuñado, los saludó y me presentó.

En mi fin de semana en Sorata, tuvimos la oportunidad de ver un festejo con Francisco y la costumbre aymara es la siguiente. Cuando llega un invitado con su familia, se anuncia tirando un cohete tipo ametralladora (sería como tocar el timbre); los novios y sus padres se acercan para el saludo parándose en una fila; en hilera los invitados saludan a los novios tirándoles papel picado en la cabeza; a continuación el mozo acerca dos o tres copa con diferentes bebidas alcohólicas que los invitados deben tomar hasta el final. Los regalos se compran en la entrada (lo más popular son las colchas y frazadas, aunque también hay juegos de cocina y hasta se puede regalar pelelas) y cada invitado llega acompañado con una cajón de cerveza (Rosa me explicó que esto era por el ayni, la reciprocidad andina).


Cada vez que llega un invitado, los novios y sus padres se ponen en fila y saludan uno por uno mientras se tiran papel picado.

Nos sentamos en una de las mesas de “los Paredes”, la familia de Ovidio, ubicada bien cerca de la mesa de tortas (18 tortas que parecían de mentira) y de la mesa de los novios, que estaba decorada con flores y frutas. Para el brindis, los mozos repartieron unas copas de lo que resultó ser Sprite (remember nou alcohol) con los bordes bañados con coco y una cereza en su interior, junto a una especie de masita.

Acto seguido se anunció la entrega de regalos y se armó una larga fila. Alguno pensará que soy exagerado, pero la fila de los regalos terminó durando una hora y cuarto. Cada regalo era acompañado con papel picado y la familia de Ovidio se terminó colando al comienzo de lo que llamaban la “regalada”. Como agradecimiento, los novios entregaban una botellita de Coca-Cola (si bien en otra fiesta habría sido una cerveza) y, una bolsa con esos chicitos dulces de colores y golosinas.

Me tocó sentarme entre Rosa y el tío de Ovidio, un hombre aymara de unos 68 años, llamado Porfirio Paredes y nacido en Charaña (casi al límite con Chile). Deseoso de charlar, comencé a hacerle preguntas. Al comienzo, el “tío” resultó ser bien parco, supuse por la diferencia cultural y de edad. A veces habían silencios largos hasta que le terminamos agarrando la vuelta: su tema de interés era la defensa de la comunidad aymara y terminó sacando un discurso bien nacionalista. Me dijo algo que ya le había escuchado a un mallku (líder indígena escogido por la comunidad) de la Confederación Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyo (CONAMAQ): los españoles y luego los criollos dividieron a los pueblos en límites que luego se convertirían en los actuales Estado Nación. El objetivo de la comunidad es recrear la antigua nación aymara existente en Argentina, Chile, Perú y Bolivia rompiendo incluso los límites actuales. Porfirio Paredes me comentó que vivía en El Alto, pero tenía su campo con sus "varias llamitas" (entendí que eran fácilmente más de 200) en Charaña y viajaba seguido para allá. Me explicó que las comidas del Altiplano como el chuño y el charqui eran la base de la fortaleza de los campesinos de la altura y me contó de su pasado como alcalde de Charaña. Mientras tanto, el “tío” me ofrecía chicitos de colores y me servía jugo Tampico.

En un bache, Ovidio me presentó a su primo, Marco Antonio Paredes, de la comunidad cercana de Viacha, explicando que a él le interesaba mucho la política. Marco Antonio era un artesano de instrumentos andinos, bien mestizado, que viajaba trabajando por otros países y quería ingresar a Argentina. Lo terminé entrevistando y me dio la mirada de un ciudadano que apoyaba al “proceso de cambio” conducido por Evo Morales.

Paralelamente se armó la primera tanda de baile: la familia había contratado un grupo de música popular llamado “Capricornio” (a cada rato el grito era: “CA-PRI-COR-NIO”) lo que, sumado a la cantidad de gente invitada daba muestras de cierto status social. Con el baile, aparecieron las primeras cervezas lo cual enojó a Max Paredes, el papá de Ovidio y capac mallku de toda la comunidad aymara (un dirigente de gran prestigio social). El señor amenazaba con irse y Ovidio debió mediar. Mientras tanto, las hijas de Ovidio descubrieron que mi celular tenía camarita y durante varios minutos se volvió una atracción.



Tras el baile llegó la comida, lo cual esperaba con ansias: repartieron unas viandas de pollo con “su jugo”, papas y chuño. El chuño es una papa que se deja a la intemperie durante las noches de invierno para que se “cueza” con la helada (confieso mi debilidad con la conjugación del verbo “cocer”) y luego se la deja secar al sol (“Así toma las vitaminas del sol”, me explicó Porfirio, si bien dudo que sea así). Termina siendo una papa más chiquita y negra, que en el interior está medio cruda. Por suerte, me tocó pata. Mi suerte terminó siendo mayor cuando no dieron cubiertos y debimos comer con la mano: la forma de la pata permite comerla con una sola mano. La comida estaba bien rica y una vez chupados todos mis dedos “enjugados” llegaron las servilletas.

Los familiares de nuestra mesa comenzaron a irse llegadas las 22.00. Yo me quería quedar un poquito más. Al rato, Ovidio y Rosa partieron a dejar a las wawas (a sus hijas) para que duerman y luego volverían. Me quedé solo por elección propia para no perderme detalles.

La banda volvió a tocar y ante algunos temas conocidos mis pies se empezaron a mover esperando ansioso alguna invitación para sumarme al baile. La invitación no llegó, pero sí llegó la prima de Ovidio quien, tras instrucciones de su mamá, la esposa de Porfirio, me terminó invitando una cerveza y sacando a bailar. Mabel invitó cerveza a otros chicos que se sumaron y terminé bailando en un grupito.



Poco a poco algunos bolivianos se fueron acercando para compartir sus cervezas. Botella en mano, se servían en un vasito de plástico y decir que “no” significaba ser descortés (o al menos eso imaginé para mi conveniencia). Copiando a mi alrededor, cada vez que me tocaba tomar dejaba el “culito” de cerveza del vaso y lo tiraba al piso. El suelo era un gran charco de “culitos” de cerveza tirados. Empezaron a aparecer los primeros borrachos y uno se acercó invitándome cerveza varias veces. Pasada media hora de baile, Ovidio llegó con Rosa y, para mi sorpresa dada su seriedad, no sólo se sumo, sino que también abrió dos cervezas. Fui a buscar otro vaso (uno sólo no alcanzaba siendo cuatro) y Ovidio me dio una gran lección: la costumbre es usar sólo un vaso, se sirve a cada uno del grupo en ronda y finalmente a uno mismo; siempre que uno toma debe decir “salud” al resto. Me tocó la botella y serví en círculo entre los cuatro. A mi turno dije “salud” y volví a tirar el culito al piso. El tener cerveza no quitaba que otros se acercaran a invitarnos más.

Bailamos cumbia y clásicos. Más tarde llegó la “morenada” (una danza boliviana) y una cholita de unos 60 años me sacó a bailar cantándome algunas partes de la canción. “Tienes una fan”, me dijo Ovidio. Tras la cumbia, del otro lado apareció otra banda que tocaba “cuecas” bolivianas: eran los “Pukara”, la segunda mejor banda de Bolivia en ese genero.

Bailamos bastante, la prima de Ovidio comenzó a sufrir el alcohol y tuvo una charla con lágrimas con “el Ovi”, por lo cual me aparté. Tiraron el ramo, saqué una cinta (me tocó un osito) y finalmente comimos torta. Los “Pukara” terminaron de tocar y no hubo más cerveza.

Pensé que había terminado lo mejor.

Ovidio y Rosa con los novios. Pensé que con el fin de la fiesta había pasado lo mejor, pero aún faltaría una anécdota más.
Salimos y llovía a cántaros. Llevamos a Porfirio y su familia a su casa. Ovidio, de cebado, paró en una licorería (negocio de venta de alcohol) para comprar una botella de vodka con jugo. Camino a casa, Ovidio me dijo si quería continuar tomando y si bien quería irme a dormir, para no ser descortés le dije que dependía de él: me pasó la botella y comencé a servir en un vasito para Ovidio, Rosa y para mí. 

“Está nevando, Damián”, me dijo con alegría mientras manejaba, pero no vi las bolitas blancas. Llegamos a la casa, estacionamos el auto en el garaje y Ovidio me volvió a sorprender: “Nos quedamos acá para no despertar a las wawas”. Nunca me había embriagado con un matrimonio y la experiencia fue rara. La charla comenzó a fluir, pero, para ser sincero, no recuerdo tanto de lo que hablamos. Me preguntó qué pensábamos en Argentina de Tinelli, si era verdad que los llamábamos “bolitas” y por qué (es la segunda vez que me hacen esa pregunta y muero de vergüenza), del potencial de El Alto como turismo para gringos y tantas cosas más.

La charla tomó un vuelco cuando Ovidio habló de su papá. Tras narrar las cosas que su padre le había dejado surgió un relato que caló hondo: el de un padre ausente que era una personalidad importante para su comunidad, pero que no había estado siempre presente para él. Sentado en el asiento del que maneja comenzó a lagrimear. Rosa lo miraba desde el asiento del acompañante como una compañera que ya había escuchado este relato, y conocía ese dolor. El dolor de Ovidio comenzó a tocarme y, bajo los efectos del alcohol, supe que me iba a emocionar. Desde el asiento de atrás le di una palmada fraternal en el brazo y esbocé mi comprensión.

Me acordé de mamá y me di cuenta de que a pesar de pensar que los años me han hecho superarlo, su ausencia aún duele. En una maraña de discurso que bien no recuerdo le dije a Ovidio que tanto él como Rosa eran un ejemplo de padres, que el sacrificio que hacían para cuidar a sus tres hijas era algo muy valorable y que era lo que yo buscaría ser como padre. Entre lágrimas mencioné a mamá, no recuerdo bien, pero en un hilo de comparación alcohólica también hablé de su ausencia. Pedí disculpas por mis lágrimas. Ovidio y Rosa me escucharon emocionados y agradecieron mi relato. Siendo más de las 3 de la mañana pusimos fin al vodka, y agradecí varias veces la invitación al casamiento y la última charla.

Me saqué la ropa mareado, pensando cuánto más me iba a sorprender Bolivia y cuanto más me iba a enamorar de su gente. Me dormí con una sonrisa para despertar ocho horas más tarde con una buena resaca que duraría hasta el atardecer.

Nota: en una charla posterior, Ovidio me dijo que este año retomaría Agronomía (le restan dos años). "Es una de las cosas que le prometí y le debo a mi madre", me dijo. Su mamá falleció hace unos meses. El comentario de Ovidio me hizo a acordar, de lo que creo, es uno de los fines y objetivos de un hijo: hacer feliz y orgullosos a sus padres.

21 enero 2012

Podría vivir en Bolivia

Hace un buen rato no escribo y eso se debe a mis ganas. He recibido muy lindos comentarios respecto a los últimos posts por parte de gente que quiero y, sin dudas, han sido caricias al alma, que a la distancia valen más. 

Sin pensarlo, el blog ha tenido una doble función: a) por un lado, me sirvió para desahogarme en momentos de crisis y “trauma cultural”; b) por otro lado, ha sido un canal de diálogo con mi gente argentina.


Postal del paisaje paceño. Subidas y bajadas se van volviendo algo cotidiano. Ya estamos mejor. Ya sonreímos más.


A exactamente una semana de estar hace un mes en Bolivia, creo que pasé por tres etapas.

1) El desarraigo: tras aterrizar en Santa Cruz, pasé del horno del Oriente al freezer de Occidente. El Alto me recibió con temperaturas menores a diez grados, lluvias constantes, cielos grises, la soledad de la pieza, la altura me hizo vomitar dos veces y mi cabeza comenzaba a latir exactamente todos los días a las 4.00 AM. La precariedad de El Alto fue un choque cultural importante y la comida no me dejaba de dar asco.

2) Un animal de costumbre: aguanté el bajón confiando en esa frase que había escuchado una vez en la calle. Comencé a amigarme con El Alto, mis bajadas diarias a La Paz me acercaban a un ser cultural más cercano al argentino y comencé a desplegar estrategias de alimentación que me permitieran mantener una dieta parecida a la de Argentina. Paralelamente, me visitó mi amigo Francisco que no sólo rompió con mi soledad, sino también me motivo y me potenció.

3) Podría vivir en Bolivia: tras la ida de Francisco comenzó la tercera etapa que consistió no sólo en amigarme con la sociedad alteña, sino también acostumbrarme a sus dinámicas de socialización y cotidianeidad. Fui encontrando soluciones a cada una de las problemáticas que afectaban mi vida diaria.

a) La movilidad: la primera vez que bajé a La Paz, nadie supo decirme bien cómo ir hasta que terminé caminando como ocho cuadras para encontrar un bus (una combi). “Un pijazo si tengo que caminar tanto todos los días. Me voy a mudar a La Paz”, pensé. A la tercera vez logré encontrar micros a cuatro cuadras y ya comprendí rápidamente las lógicas del transporte público: se para en cualquier lado, al no haber timbre uno baja avisándole al chofer y cuando una persona no para de mirarme por mi condición de “gringo” le sonrío o la ignoro. Un rompecabezas fue adivinar por dónde volvía el transporte. La primera vez, viajé hasta La Ceja (la Constitución de El Alto) y caminé 15 cuadras. A la segunda vez, me bajé exactamente donde me lo había tomado a la ida.

b) El frío y la lluvia: me acostumbré a la heladera del ambiente y mi vestimenta diaria se basa en tres prendas y, a veces, también bufanda. Como La Paz está más abajo y es más cálido, mi estrategia es similar a la que uno implementa cuando pasamos de verano a otoño o de invierno a primavera: a la mañana estamos abrigados porque hace frío, a la tarde nos agarra calor y nos sacamos unas capas y para la tarde-noche nos volvemos a abrigar porque volvió el frío. Hago exactamente lo mismo, sólo que a la variable cronológica le sumo la local “mañana + El Alto = frío”; “tarde + La Paz = calor” y “tarde-noche + El Alto = frío”.

c) El agua caliente: a casi un mes de hospedarme aún no me arreglaron la ducha. A esta instancia, tengo una hipótesis “marxista simplona”: en Bolivia, la falta de higiene es una superestructura de las condiciones estructurales de pobreza y precariedad. Me es muy difícil bañarme con agua fría, cuando la temperatura ambiente perfora los diez grados y mi baño es un colador de corrientes de aire frío. So, "corta la bocha". Desde mi llegada a El Alto me bañé tres veces: una en Sorata con agua caliente y dos en El Alto con agua fría. Cambio mis paños menores cada unos (en promedio) tres días y enjuago con jabón mis partes sudorosas día por medio o día a día dependiendo del Índice COACT (Cuanto Olor A Chivo Tengo). El desodorante ha sido un aliado fundamental en mi lucha por mantener mi nivel argentino de civilización.

d) La comida: a mi asco fundamental se sumaba la complicación de comprar los víveres. En El Alto no existe la modalidad “Cada tantas manzanas tenés una carnicería, una panadería y una verdulería o (con el neoliberalismo) un supermercado”. En El Alto hay una feria de anaqueles (pequeños puestitos azules de plástico uno al lado del otro) donde se puede encontrar de todo pero por sección: tenés la cuadra de los embutidos, la cuadra de la carne, la cuadra de las verduras, la cuadra de la ropa, la cuadra de las peluquerías, la cuadra de la tecnología, y así. Las cuadras de las verduras (a veces se repite la diferenciación por producto: la cuadra de las cebollas, de los choclos, etc.) me quedan como a 15 cuadras y, la de los embutidos y huevos a diez. Para mí sería fundamental la de la carne, pero no confío en esas carnes que cuelgan o reposan en mantas sin un solo grado de refrigeración que no sea la temperatura ambiente. Cuando uno compra en el mismo lugar se transforma en “caserito” y su vendedora en “caserita” (no es machismo el usar el género femenino: el 95% de los pequeños comerciantes alteños son mujeres). En el rubro “embutidos”, elegí como “caseritas” a cuatro mujeres con alto grado de mestizaje, que tienen una carnicería (que no vende carnes) en un buen nivel de higiene y con heladeras para las hamburguesas y salchichas. A la segunda vez que fui me saludaron: “Hola caserito”. También tengo una caserita en el rubro “papas”. Sin embargo, mi “caserita de papas” es una mujer de unos 50 ó 60 años, aymara, que me delira en su lengua junto a otras vendedoras de papas. Poco a poco me la voy ganando: la primera vez me dijo que me tenía que conseguir una chica paceña; en la segunda compra, tras bromear con sus amigas en aymara, le dije: “No se me burle en aymara que soy su caserito”. Las vendedoras de papas rieron. Las demás verduras las compro a pequeñas multivendedoras que me cruzo y se encuentran más cercanas a casa. No recuerdo bien cada lugar así que voy variando. El agua, el jugo y el pan los compro en el kiosko de la esquina. No existen las flautistas ni los miñones ni las figazas ni las milonguitas ni los negritos: sólo hay "marraquetas" (como una flautita de miga pseudo-cruda que caliento) y "redondos". La falta de heladera no deja de ser un problema, pero sigo la teoría de un vendedor: “En El Alto nada se pudre”. Si bien comprobé su falta de empirismo, las cosas aguantan y compro lo que comeré a la brevedad.

e) La soledad: mi primer “amigo” en El Alto fue Damián, mi kioskero. Nos sorprendimos de llamarnos igual porque Damián no es un nombre común en Bolivia y esa similitud nos “encariñó”. Es Licenciado en Ciencias de la Educación de la Universidad Indígena de El Alto, masista (seguidor del MAS) y, en mis compras diarias, charlamos de mis entrevistas y hace dos días me empezó a enseñar frase en aymara. Mi segunda instancia de diálogo son mis entrevistados: con un promedio de edad superior a los 40 años, la mayoría me trata con aire paternal y, muchos me preguntaron cómo la pasaba en El Alto y me dieron su contacto “por cualquier cosa”. En tercer lugar, cuento con mis amigos de la canchita que rondan los 16 años: tras ausentarme cuatro días, me cruzaron en el “inter” y me dijeron que estaba “desaparecido”. Aún no sé bien cómo congeniar: si ser un chico más de 16 años, si ser el amigo mayor que les aconseja que estudien y se porten bien, si ser el tío gamba que los invita a una cerveza (no toman ni salen a bailar y el alcohol en El Alto es un problema) o si sólo ser “un cumpa de fútbol” y nada más. En la cuarta posición están mis intermediaciones diarias: el chofer del micro, mi acompañante de asiento, los vendedores, los funcionarios públicos, los mozos y, a veces, comparto mesa cuando no hay más lugar. Finalmente, mis vecinos son bien cerrados, pero tengo un vecinito de 5 años que es genial, se llama Joel y cada vez que llega a la noche con su mamá, charlamos un ratito.

Creo que ésas son las cinco categorías de mi etapa “Podría vivir en Bolivia”. El 26 ó (más probablemente) el 27 salgo para Santa Cruz para intentar entender cómo el movimiento indígena-campesino construye hegemonía en una zona hostil como lo es el centro de la Medialuna del Oriente, mayoritariamente “camba” (“blanco”, en aymara). Supongo ésa será la etapa “Camba” para luego volver una semana después y comenzar la segunda instancia de mi trabajo de campo en La Paz del 6 al 23 de febrero. 

Finalmente, el 24 de febrero se iniciará la etapa “Princesa”.

Irrelevante nota final: el título es simplemente "provocador", como hijo de una familia de clase media del sur bonaerense (cuando no una clase media-baja) no podría vivir en otro lugar que no sea la Argentina. Mi lugar está allá y tampoco podría vivir lejos de la gente que quiero. Llamé a la etapa “Podría vivir en Bolivia” para plasmar o transmitir el cariño que le he tomado a este pueblo que “respira lucha”; a esta gente que transpira humildad y “comunitarismo”; y a esta “plurinación” que tras 500 años de dominación, saqueo y explotación, con sus quilombos organizacionales y una crisis de su fuerza hegemónica, le pone el lomo para transformar su situación y dejarle a sus hijos un país mejor.

12 enero 2012

La pelota no dobla

Hoy jugué al fútbol. Quienes me conocen sabrán que fui feliz.

“Acordate: ésta es la Calle 10 y esa es Isaac Arias. Estamos a media cuadra de la Cancha Maracaná”. Desde que Ovidio me dio las directivas principales para ubicarme en el barrio alteño de Villa Dolores supe que esa canchita iba a ser un recurso para hacer sociales, como hizo el Evo recién llegado al Chapare desde Oruro.

A los cuatro años comencé a jugar al fútbol en una categoría más grande del club del barrio. Mis papás me contaron que a esa edad comencé a patear todos los muebles y, que la pelota y el club fueron el destino elegido para calmar mi manía. Era tan chico que en la víspera de mi primer partido de fútbol tuvo que entrar mi papá al vestuario: no me dejaba sacar los pantalones para ponerme los pantaloncitos del equipo. Lo que comenzó como un hobbie de chico, se terminó transformando en un placer y, luego, en adicción. Al principio jugaba sólo los domingos con la categoría ’85 (cuyo rango de edad era alrededor de cinco años). Cuando comenzó a jugar mi categoría, la ’86, jugaba dos partidos seguidos con ambos equipos. Más tarde pasamos a jugar a los sábados. Me destacaba, era bueno y todos decían que tenía futuro.

Cerca de los 10 años pasé a la cancha de 11. Para esa época ya jugaba los dos partidos de "baby" el sábado y el domingo el partido de cancha de 11. Al principio era uno de los buenos, pero pasando a otros clubes mejores, me terminé convirtiendo en uno más. Así fue hasta los 18 años cuando me dejaron libre y mi viejo me dijo: “Empezá a laburar”. Ser jugador de fútbol fue mi primera gran frustración. Me costó mucho dejar de entrenar todos los días y prepararme los fines de semana para los partidos. Viajar con el micro, la rutina del vestuario y correr tras la pelota fueron parte de mi vida durante más de una década. Los fines de semana post “colgar los botines” se volvieron vacíos y la pelota me acompañaba en los sueños. De hecho, hace unos varios meses soñé que volvía jugar.

Historia al margen, sabía que la canchita me iba a ayudar a socializar y esperé ansioso ese encuentro.

Sabiendo que la altura provee menos oxígeno, debía primero acostumbrar mi cuerpo a El Alto. El segundo factor que me limitaba era la ducha: transpiración de fútbol es sinónimo de baño. Este último factor no se dio: Ovidio aún no me arregló la ducha. Sin embargo, no podía esperar más y el día estuvo brillante para pelotear.

A las 16.45 puse fin a la desgrabación de la charla con Iván Iporre y me fui a cambiar. A falta de “cortos” (pantalones de fútbol) me puse una bermuda que remarcaba aún más mi condición de “gringo” (sería igual de ridículo usarla en Argentina). Ni bien salí dos chicos corrían haciendo paredes por la calle con la pelota. Llegando a la canchita les pregunté si podía jugar y me dijeron que dependía de los que estaban jugando desde antes (había otros ya en "El Maracaná"). Entramos y nos dijeron que sí. Dividimos los equipos: cuatro por lado. Me pidieron que eligiera, pero abrí el paraguas: “Soy más o menos. Encima la altura me va a matar. Pónganme con uno que sea bueno”. Me tocó con Jesús, Sebastián y Hugo (en orden de calidad de juego). Mis compañeros y rivales rondaban los 16 años, si bien parecían un poquito más.

El comienzo del partido marcó las dos facetas de complementariedad del país andino. Su costado “comunitario-originario” permitía que se jugaran dos partidos a la vez en la misma cancha (nosotros con una pelota amarilla y violeta -la que elegía mi cuñadito Rolfi para jugar al PES- y otro con pelota blanca) y más tarde se sumaría un tercero con pelota roja. Por el otro lado, su costado “capitalista-occidental”. “¿Jugamos amistoso?”, preguntó un rival con la camiseta de Bolivia. Me explicaron que “no-amistoso” implicaba jugar por plata y contesté que no, recordando que cada vez que pasábamos por una potrero mi viejo contaba que se juega por plata y siempre termina en quilombo.

El otro equipo era mejor. El de camiseta boliviana se llamaba Giovanni y era crack. En la primera que me enfrentó me tiró unas cuantas bicicletas y me pasó. Comencé bien, pero al primer esfuerzo, el aire faltó. Hace rato que juego intermitentemente (cada dos meses o más) y siempre me ahogo, pero esta vez la falta de aire comenzó a los cinco minutos. Respiraba sólo por la boca y el aire frío me quemaba en el pecho. Para colmo, sentía mis movimientos más torpes, lo cual supuse debía darse por la menor presión atmosférica (ojo que tal vez es excusa y tiro fruta). Me di cuenta que mi fortaleza estaba en la defensa y en la disciplina aprendida durante los años de fútbol: mi juego pasó por quitar y tocársela a Jesús.

Sabía que mi actuación valía mucho, la lógica del fútbol es bien burguesa-occidental: meritocrática y excluyente. Si mariconeaba con el aire o jugaba mal no iba a ser aceptado. Giovanni la continuó rompiendo y buscó varias veces tirarme un caño (mi condición de chueco y mi marca a piernas abiertas para cortar el pase llaman al “túnel”), pero no lo logró. Le corté unos cuantos mano-a-mano hasta que estando en el arco me bailó provocando la risa de varios. Jesús me dijo algo. No le entendí, pero supuse que me decía que a la próxima le diera guadaña. En el medio del juego, un chiquito de menos de 10 años que jugaba en el otro partido, parecido al “Chino” Luna, me dijo algo y escuché algunas risas. En otro momento se acercó un chico con una pelota de básquet y dialogó con Jesús. Deduje que negociaban por la cancha, la cual también permite jugar al “balón-mano”, pero al rato entró en lugar de Hugo. No existió negociación, el otro chico era sordo-mudo y estaban hablando para que entrara. Nunca había jugado al fútbol con un sordo-mudo.

El otro partido terminó y al ratito volvió el “Chinito Luna”.


- ¿Me perdonas por lo que te dije? - me preguntó.

- No sé qué me dijiste - le respondí sin quitar la vista de la pelota que la tenía Jesús

- “Que eras bien blanquecito” - largó con cara de pícaro


Llegamos al 7-5 a favor de ellos y cortamos. Quería jugar más, pero otra vez deduje mal. Otros chicos nos habían desafiado por “un quibo” (o algo así) y la cancha. El “quibo” significaba $BO 0,5. “No es nada", pensé y además teníamos a Giovanni que era crack. No podíamos perder. Jesús y Sebastián salieron, y quedé en el equipo de los cinco con Giovanni, Jefferson, el chico sordomudo que no supe su nombre (más tarde “Pablito” entraría en su lugar) y Brian al arco, que terminó atajando varias pelotas.

Los primeros diez minutos fueron duros. Comprendí que esos 0,5 bolivianos valían mucho, pero importaban más aún el prestigio y el orgullo de no perder en la canchita del barrio. Giovanni no pasaba tan fácil como antes y los otros jugaban. Me di cuenta de que era más alto que el resto y mi condición de ex “5 guerrero” (a lo Matías Almeyda) me tenía que dar una ventaja. Trabé varias veces y metí el cuerpo recordando antiguas marcas, hasta que al más grandote del otro equipo mucho no le gustó. La pelota se fue contra el alambrado, quedé de espaldas al grandote y me tocó de atrás. Hice lo que hacemos en Argentina: grité “Eh” y dando un saltito caí de espaldas. “Tranquilo, tranquilo”, se escuchó. Me levanté y le fui a dar la mano: no quería hacer debutar la Asistencia al Viajero.

Alrededor de la cancha había varias personas mirando. El partido atraía no sólo a chicos que estaban de vacaciones y encuentran en la cancha el punto para estar con otros y pasar los días, sino también a mayores que volvían del trabajo y miraban desde afuera. Si bien la atracción era Giovanni, sabía que mi “gringuitud” no pasaba desapercibida.

El partido siguió trabado hasta que de repente recibí en el círculo central de Giovanni y le pegué cruzado. Había muchos en el medio, la pelota pasó y cuando el arquero la vio ya era tarde: la "número cinco" entró al lado de su palo derecho (recuerden que es una cancha de babi por lo cual un gol desde el medio campo no tiene ningún mérito). Les di las manos a todos como en Argentina (si bien parece que acá no se estila) y ese gol abrió el partido. Giovanni siguió siendo crack, Jefferson acompañaba bien, así que aposté a ser el patrón de la defensa. De arriba ganaba porque era más alto y 15 años como “cinco tapón” me dieron un bagaje de cómo defender. Mi estilo no cambió: robaba y lo buscaba a Giovanni, como todo Boca busca a Riquelme. Cada tanto quería salir y pisarla un poco, pero, debo admitirlo, la pisada ya no funciona como antes y mis pulmones no se llevan tan bien con el aire como antes.

Ganamos 8-0 y terminó el partido (cuatro goles por cancha marcaba la regla). Esperamos en el medio, mientras el otro equipo revolvía los bolsos. El grandote, que era el líder, se hizo el boludo y el arquero vino directo hacia mí: no sé si por gringo o porque a la larga era el más grande. Me dio las monedas con actitud de humillación (el fútbol es fútbol en todos lados: perder toca el ego, y perder una apuesta en el barrio hiere el orgullo), le di la mano y le dije “bien jugado” para acompañar su orgullo herido, si bien el 8-0 marcaba baile.

Respetando la “autoridad futbolera” le di las monedas a Giovanni para que las repartiera entre “sus” jugadores. En una acto de demagogia, negué mi parte y fuimos a descansar. Los chicos compraron mini-sachets de yogurt bebible que se chupan como el “Naranjú” de la infancia y, en un segundo acto de demagogia, compré una Coca-Cola para el equipo.

Nos sentamos en el cordón y hablamos lo que la diferencia cultural y la vergüenza no nos había permitido hablar antes: me preguntaron de dónde era y qué hacía, la edad y hasta cuándo me quedaba, hablamos del servicio militar (acá aún perdura y en dos años ellos tendrán que hacerlo), de fútbol, de la escuela, de Argentina (sabían que la noche anterior había hecho una sensación térmica de 40°C lo cual habla de la omnipresencia mediática de nuestro país en Latinoamérica) e intercambiamos los clásicos “cómo se dice” en cada país: “cheto”, “culo”, “canchero”, “cachos”, “bancar” y “chocos” fueron algunos de los términos enseñados y aprendidos. Ahora que pienso no les enseñé el verbo que encanta afuera: “chamuyar”.

Nos pasamos a la cancha de 11 y, tras varios pases, Giovanni tiró “que alguien la quite”. Les dije que a eso lo llamábamos “loco” e intenté hacerlo funcionar a dos toques. Reinó la indisciplina y terminamos “loqueando” hasta que mis ojos ya no veían más en la oscuridad. Me despedí y así terminó la jornada. “Todos los días a las 4”, me dijeron. Agradecí la invitación a jugar y me dispuse a caminar hasta el kiosco para comprar víveres.

Mi piel está saladita, no hay ducha caliente (ni ducha fría, por supuesto) y tengo sonrisa post-fútbol.

Soy feliz.

11 enero 2012

El elemento dinámico


El mediodía de El Alto sonríe. Sus nubes blancas contrastan con el cielo celeste clarito y, estoy seguro, me invita a que haga mi debut futbolístico en la altura. Sin embargo, el cielo alteño ayer lloró.

En "Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano", el economista argentino Raúl Prebisch subraya la importancia de la educación como promotora de los “elementos dinámicos” que impulsan la economía e imprimen su sello característico a cada generación. Mi primera etapa en el Estado Plurinacional de Bolivia tuvo mi elemento dinámico y fue “Mi amigo Fran” (como probablemente debería haberse titulado este post).


Basílica de San Francisco: fuimos compañeros en FLACSO pero es como un hermano mayor. Algo así como El Principito y el Aviador

Ya días antes de su llegada, cuando la altura pegaba duro, el frío calaba los huesos y la comida asqueaba, me había puesto su arrival como meta a alcanzar. En mis monólogos mentales me reía solo de sus (seguros) graciosos comentarios ante mi situación de precariedad. Efectivamente, Francisco no sólo ayudó con esos comentarios, sino que me motivó en varios sentidos.

Ya no recuerdo cómo nos hicimos amigos durante las clases de Romero junto con la amiga Bull (presente a la distancia y en vísperas de su beca a España), pero ya no importa. Francisco es uno de esos buenos tipos que le hace bien al mundo. Con una década más que yo, abogado, profesor de la Universidad y laburante en el Poder Judicial, es una gran persona que, pudiendo dedicarse a las tantas ramas del derecho, eligió la que yo considero más noble: ayudar a los que menos tienen. Desde la Defensoría del Pueblo primero y desde la fiscalía ahora, Francisco pone el cuerpo y el cerebro ayudando a gente en condición de calle, personas pobres, madres que necesitan el peso, desempleados y otras cosas más que no sé. Si bien su auto-explicación sociológica lo lleva a argumentar que hace el bien en busca de prestigio, aunque no lo quiera admitir, es una buena persona.

Según mi estadística mental, Francisco es una de los tres laburantes del Poder Judicial que visitará este verano la región andina de Bolivia. Su viaje no fue meramente turístico: buscaba en Bolivia alguna pista que lo guíe para su tesis sobre la filosofía andina y su raigambre en el derecho de la naturaleza.

A él no le costó acostumbrarse a El Alto, el frío, la altura, el agua fría, la lluvia y la cama vencida. Por mi parte, como “buen anfitrión” lo acompañé a conocer los puntos turísticos (como a un amigo extranjero que visitara Buenos Aires). No recuerdo bien el itinerario, pero sus seis días parecieron mucho: visitamos La Paz, el paseo de Brujas, la iglesia de San Francisco, Pasaje Jaén, una extensa recorrida por Miraflores y Sopocachi, su ansiado Tiwanaku, el Valle de la Luna y el fin de semana visitamos Sorata.

Si bien en mi rol turístico, al principio sentía culpa por el tiempo dedicado al paseo en lugar de a mi trabajo de tesis, las extensas charlas me ayudaron a sedimentar lo leído durante meses, a evolucionar y complejizar algunos conceptos, y a reinterpretar y descubrir temas descartados. Francisco me aportó miradas de la sociedad, sus lecturas sobre la cosmovisión andina y consejos para el trabajo de campo. De yapa, entrevisté al Intendente de Sorata, al Alcalde de Tiwanaku y al Director de Cultura de Tiwanaku.

Por otro lado, puso un quiebre a mi solitaria rutina y a mis monólogos mentales que por momentos pensaba que me podrían llevar a una especia de locura (sé que parece exagerado, pero ni siquiera intentándolo se puede estar la mitad de un día callado). Su estadía fue la segunda etapa de mi viaje: coincidió con mi repunte, me motivó y me potenció. Significó la personificación del aguante virtual.

Fran se fue ayer rumbo a Potosí, como paso intermedio a su querida Salta. Nos despedimos a la tarde con unas cervezas Paceñas en la Plaza Murillo, de cara a la Catedral y con El Alto de fondo. Me acompañó a la parada del 3 que me llevaba a El Alto, mientras él luego mataría el tiempo hasta su partida. La hicimos corta, como machos. Nos abrazamos, le agradecí su visita, le dije que lo quería mucho y que me ponía triste su partida, como no-tan-machos. 

Me respondió que lo sabía y me alentó con mi estadía. Desde el micro vi cómo subía hacia Plaza Murillo.

Gracias, amigo, por la visita.

03 enero 2012

Dando vuelta la tortilla...

En un primer momento pensé titular esta nota como “Mi mejor día en Bolivia”, pero, confiado en que los buenos días continuarán, vamos a marcarlo como un día de cambio.

La historia comienza ayer. Tras una entrevista suspendida para la cual me había levantado temprano e higienizado con agua fría (como corresponde), fue un día gramsciano. Le di duro al marco teórico y por la tarde fui de paseo a la feria de El Alto. Compré servilletas de papel a montones, mermelada de durazno para las galletitas del desayuno y la merienda, y unas medias de fútbol que me acompañarán en los días en que me quede solo en mi pieza fría, y esperarán ansiosas mi debut en la canchita “Maracaná” que queda media a cuadra. Lo más positivo de la recorrida fue mi estómago: ninguno de los olores a comida frita me generó náuseas como el primer día que tuve que correr a la alcantarilla más cercana.

Llegado a casa, me dispuse a cumplir con mi mayor expectativa del día: comer la carne que esperaba hace casi una semana en la heladera de Ovidio. Se la pedí a Rosa y la dejé descongelando. Que se entienda: soy un gran carnívoro, pero la carne acá es un tanto diferente, desde su sabor hasta el modo en que la venden (si bien no tiene punto de comparación con aquella venta ambulante que vi en 2008 en Potosí, donde la carne esperaba  a ser vendida en baldes o mantas). Mi rechazo a comer esta carne comenzó el mismo día de la venta. “Ahora, antes de comerla, la vas a tener que lavar”, me explicó Rosa. ¿Lavar? ¿La carne? Nunca lo hice en Argentina. ¿Qué carajo tiene la carne acá que hay que lavarla?

Llegó el momento de la cena y la preparación. Saqué la carne de la bolsa que emanaba un olor diferente al de la nuestra y me dispuse a lavarla. “Tenés que comer carne. Necesitás proteínas”, pensaba mientras lavaba ese pedazo de costilla maloliente y separaba la grasa. La coloqué en el agua caliente ordenándole: “Tengo que comer carne, así que tenés que ser rica”. Esperé una hora y probé: el olor del caldo no era un buen augurio, la carne era dura, rabiosa y daba señales de cruda. “Esperemos un ratito más”, pensé. 15 minutos más tarde el aspecto no cambió, y no creí que fuera a cambiar. “Rico, rico, rico”, me dije emulando a Homero con Maggie. La carne no sabía bien. Probé algo más, pero abandoné. 

Fastidioso, me fui a dormir.


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El día de hoy amaneció lindo, pero la mejor noticia estuvo en mi cabeza: no tuve dolores nocturnos. Me levanté lento, tal cual me condiciona el frío alteño. Salí tarde para mi encuentro con Iván Iporre, Director de la Escuela de Gestión Pública Plurinacional y antigua mano derecha de Evo Morales (durante los primeros meses como Presidente, lo cuidó de cualquier intento de magnicidio), y, respetando las reglas de encuentro, lo llamé informando mi demora. “No hay problema hermano, yo todavía estoy llegando”. 

Llegué tarde e Iván estaba reunido. Esperé un rato, mientras la charla con la secretaria me fue dando información que me serviría más tarde. Iván salió de su entrevista y me reconoció (supuse por mi pinta de gringo). “Hola hermano, ¿me esperas?”, me saludó acompañado del medio-abrazo boliviano que no pude emular. Esperé una segunda entrevista y me recibió en su despacho.

Iván fue extremadamente cordial: me trató como a un experto y antes de empezar la charla pidió un grabador.”Esto me ayuda a pensar a mí y quiero grabarlo”, me dijo alimentando mi orgullo. Comenzamos hablando de la Escuela, de los funcionarios (todo acompañado de una explicación en papel) y cortamos 45 más tarde. Cuando pensaba que el tiempo había sido poco, me dijo: “¿Nos juntamos de nuevo a las 15.00 y seguimos?”. Salí de la escuela contento: una doble entrevista en mi primera vez. Di una vuelta y me fui a comer la carne que no había comido el día anterior: una hamburguesa completa con papas fritas por $BO 14. Maté el tiempo cambiando pesos argentinos por bolivianos, me tomé una mini-coca cola por $BO 1 (es de 190 ml y, la condición es tomarla en el lugar, parado en la calle y devolver el envase), compré pan y dos diarios mensuales para empaparme de la “realidad” boliviana: el Le Monde Diplomatique informaba sobre las elecciones de jueces (algo que rompe con toda naturaleza liberal-occidental) y el balance de 2011 de un diario “intelectual” que me dio la sensación de opositor.

Volví a encontrarme con Iván y seguimos hablando de la “sociedad política” (la burocracia según la dialéctica gramsciana y uno de los dos componentes del Estado en su teoría política), su transformación, el aparato militar, la hegemonía del movimiento indígena-campesino y la coyuntura actual tras los conflictos por el TIPNIS. La charla fue amena, cordial y, me puse colorado en un momento, al re-explicar un concepto que se me había venido en el momento.

Al finalizar la charla y como gesto de “buena onda”, Iván me mostró que había releído un libro sobre Gramsci para prepararse para nuestro encuentro y me pidió mi mail. Respondí agradeciendo y pidiendo dos cosas: el contacto de David Choquehuanca (intelectual aymara del “proceso de cambio” y canciller del Estado Plurinacional de Bolivia) y si me podía ayudar para jugar un partido de fútbol con Evo Morales. Me fui con su compromiso para ambas solicitudes.

De vuelta a casa, pasé por la Vicepresidencia y pregunté por Liliana Rengifo, la persona que le maneja la agenda a Álvaro García Linera. Liliana estaba y me hizo pasar. Me pidió una nota formal y me prometió interceder con el Vicepresidente. De vuelta en El Alto, me pude comunicar con Raúl Prada, intelectual desilusionado y crítico con el proceso, mientras que el académico Frank Poupeau me respondía por mail que nos podíamos ver cuando quisiéramos.

Fue un gran día, pero confío que vendrán mejores.